Comentario
Por aquellos mismos días de junio, el rey Victor Manuel también escuchaba los planteamientos de los jerarcas,- representados por el conde Dino Grandi. A las suaves presiones de éste para conocer la postura del rey ante una potencial sustitución de Mussolini, el monarca había dado pie a esperanzas, pero no aclaró su posición en ningún punto fundamental. "El momento llegará -había dicho a Grandi-. Deje que su rey elija el adecuado y mientras tanto, ayúdeme a buscar una solución de acuerdo con la Constitución".Víctor Manuel, veinte años antes, había facilitado, no sin complacencia, la toma del poder por los fascistas tras la escenográfica farsa de la "marcha sobre Roma". Ahora, tras la prolongada connivencia, que había llegado a aportarle el titulo de emperador a costa de la invasión de un país soberano, trataba de abandonar a su cómplice, pero conservando las formas legales.Victor Manuel era la cabeza motriz de todas las fuerzas conservadoras, lideradas por el Ejército, que ahora temían, al igual que los jerarcas del partido, un desbordamiento de la presión social, demasiado reprimida por el sistema. También todas estas fuerzas, que actuaron con total autonomía, habían percibido entonces pingües ganancias materiales y conservado su privilegiada posición social. Complacientes, y aún colaboracionistas, con el régimen, veían ahora a éste como un factor peligroso, a extirpar, por tanto, antes de que provocase un caos irreparable.La salida de la guerra es la primera medida que apoyan la Casa Real, la todavía influyente aristocracia, los altos mandos militares y los medios industriales y financieros que componen este sector. Hubieran preferido hacerlo con Mussolini, pero la cerrada actitud de éste les obliga a considerar su apartamiento del poder.La mayor preocupación de estas fuerzas conservadoras es la preservación de las conquistas del fascismo en los planos social y económico, así como la ordenación de una efectiva defensa contra posibles acciones revolucionarias. La caída del Duce, de suceder de forma incontrolada, podría provocar una serie de desórdenes que incluso llegarían a poner en peligro la institución monárquica, dada su profunda implicación.La misma familia real, en previsión de esta eventualidad, había iniciado contactos con los aliados desde varios meses antes. A partir de 1942, Ginebra, Madrid y Lisboa serían escenarios de los frustrados intentos de acercamiento a los anglosajones por parte de todos los sectores italianos interesados en una inmediata paz conservadora del actual status.El general Pesenti, conocido antifascista y por ellos sometido a ostracismo por el mismo Badoglio, constituiría en Libia un directorio militar con apoyo de las fuerzas presentes. Este directorio contaría con suficiente representatividad para entablar conversaciones con los británicos. Pero de nuevo, la Gran Bretaña habría de desdeñar el plan y rechazar las pretensiones italianas de armisticio por separado.